Una esplendorosa mañana de primavera estaba parado a las afueras un hombre anciano cuyo deber era cuidar de las entradas de la puerta principal de una Gran ciudad Amurallada llamada Acacia.


Mientras este hombre meditaba, la casualidad hizo pasar por esa vereda a un forastero quien al ver esas enormes murallas, esos inmensos torreones  y esa esplendorosa Ciudad atrás de esas guardas, no pudo menos que expresar su admiración y realmente emocionado y también con una franca y neta curiosidad se acercó al hombre anciano y le preguntó:

“Buen hombre, ¡que hermosa ciudad!, ¿es realmente tan bella adentro como lo que desde aquí diviso?

“Así es”, el anciano respondió, “y aún mas bella”


El Forastero volvió a inquirir, “veo una excelsitud en sus construcciones, con esas grandes columnas, estrados y salones, ¿son realmente tan grandes y magnificentes?”

“Os repito, lo que vos alcanzáis a ver solo es el exterior, el interior es realmente hermoso”
el anciano volvió a responder.

El forastero preguntó de nuevo “Veo cuatro grandes torres internas en cuyo remate están colocadas una cruz, una media luna, una estrella de seis puntas y una rematada en pico, además de una la más grande coronada con una escuadra y un compás ¿porqué es así?

“Si observáis detenidamente, cada una está situada en un punto cardinal específico, y la mayor se encuentra al centro. Tres  de estas significan cuan importante es para los habitantes de esta ciudad honrar al creador del universo según sus individuales creencias, y que si vos habéis visto una cuarta rematada en pico solamente, esta representa a todos aquellos habitantes cuya esencia va mas allá de anteponer apelativo y forma específica al Creador; y aquella quinta la mayor, en cuya punta veis dos figuras es la mas importante, pues esa escuadra y ese compás representan a esta ciudad su blasón, el compás quiere decir que tan exactas deben ser nuestras acciones y la escuadra indica toda la rectitud y su justa medida, y a través de esa conjunción de ambos símbolos es como nuestros ciudadanos establecen su relación entre lo terreno y lo espiritual”  respondió el anciano.

“También veo que está rodeada por murallas muy altas, gruesas y fortificadas, y cuya entrada no es solo sino una minúscula, sencilla y humilde puerta, me pregunto acaso, ¿esperan que os invadan los bárbaros?”  Este forastero decía.

El anciano contestó lo siguiente, “Si bien es cierto que existe la Barbarie, nosotros no le tememos, aún más, la combatimos; sin embargo si veis estas gruesas, altas y fuertes murallas  tan bien fortificadas, es debido a que en nuestra ciudad lo mas importante es la Virtud, el Respeto y Tolerancia, la Belleza y la Fuerza deberán ir aparejadas con el Candor de Pensamiento en perfecta armonía, pues cualquiera de ellas que exceda a las otras volverán estas a ser sojuzgadas y sometidas y del balance reinará el Caos, de allí que estas grandes murallas sean para la específica protección de ese balance”.

“Mas no me habéis contestado el porque de esa minúscula y humilde puerta"
añadió el forastero.

“Os he dicho cuan bella y pura es nuestra ciudad, os he dicho cuan magnificente es nuestra estructura espiritual basada en una irrestricta libertad de culto y pensamiento, os he dicho que nuestra ciudad se rige por el perfecto equilibrio entre la Justicia y Tolerancia, entre la Fuerza y Belleza, entre el Candor y Respeto todo ello basado en una Fraternal Igualdad Libertaria; de allí que la entrada a tales cualidades deberá ser a través de una  estrecha entrada, pues solo pocos, muy pocos son aquellos que logran traspasar esta entrada, y si la veis así de sencilla y humilde, esto tiene un porqué, ya que todas las riquezas, títulos y sinecuras nunca podrán traspasar esta sencilla puerta, aquellos que detenten tales circunstancias deberán abandonarlas aquí afuera, ya que dentro de nuestra ciudad no tienen cupo ni valor alguno” respondió el anciano nuevamente.

“Y si yo deseara ingresar a vuestra ciudad, ¿cuales deberían ser los requisitos para mi admisión? El forastero temeroso preguntaba.

“Solo aquellos que tengan limpio el corazón y abierta su esperanza aunque todavía estén ligados a efectos mundanos, pero que esas cualidades de limpieza de alma y espíritu mas honor y orgullo y deseos de aprender con humildad  y quieran desarrollarlas pueden caber en esta minúscula puerta”  retomó la palabra el anciano.

“¿Y quien es quien tiene la gran responsabilidad de evaluar todas esas virtudes de quien pretenda traspasar esta puerta?”
Intrigado el forastero inquirió.

“El segundo soy yo, el cual al momento de nuestra conversación puedo evaluar cual pudieran ser vuestras  reales intenciones al pretender  ingresar; el tercero son un grupo de habitantes de esta ciudad, los cuales saldrán a platicar con vos y juzgarán en conjunto si os es factible traspasar esta puerta, mas debo deciros que al traspasar esta puerta os encontraréis con en mas duro juez que en vuestra vida hayáis visto, para que finalmente si habéis obtenido el necesario visado entonces si seréis interrogado por nuestra sociedad, la cual dará buena o mala fe de vuestro interés y con ello aprobarán o desaprobarán vuestra permanente estancia.”  El anciano aseveró.

“Ya me habéis indicado el camino, sin embargo habéis omitido hablar del primero, y mas aún, me intimida ese Juez de quien vos habéis dicho habrá de ser mi mas duro y terrible Juzgador, ¿Os suplico me digáis quienes son esos dos personajes?”  Nuestro forastero inquieto preguntaba.

“Vos queréis saber mucho de nosotros, ¿no es así?, vos queréis aprender de nuestras artes ¿Me equivoco?, vos queréis traspasar esta minúscula puerta y ver, participar y disfrutar de esta excelsa ciudad ¿estáis de acuerdo?, pues si es así, el primero que calificará vuestro deseo de ingreso sois vos mismo,  y ese juez que dura y fríamente evaluará si tenéis el valor, el temple, la humildad y el deseo de desarrollaros es nada mas ni nada menos que  vuestra conciencia, rectora de vuestros actos y deseos; y solo ella será capaz de deciros ¡Adelante, este es vuestro camino! O quizá “detente, no buscáis sino solo el brillo fatuo y temporal de frívola existencia”, así pues vos podéis tratar de engañar a cualquiera de nosotros, mas nunca vuestra conciencia os dejará mentir de vuestra propia realidad”. Contestó el anciano.

“Ya me habéis hablado de cómo es vuestra ciudad, de cuales son vuestros valores, de cuales son las virtudes necesarias para ser aceptado y como es ese tránsito hacia vuestra esencia y corazón, sin embargo no me habéis dicho que es lo que gano al ser aceptado o cual es mi aportación de saberme parte de vosotros, decidme pues vuestras respuestas.”  El forastero visiblemente azorado preguntaba.

“Nosotros no medimos ganancias del tipo material, es decir del tipo del cual cualquiera de nosotros podría ser tentado por la avaricia o por la envidia, así mismo también podría ser que aquel que mas tuviera podría sentirse superior tal como ocurre en otras ciudades, nuestra riqueza no es material, ya que esta no es medible por los métodos comunes de tipo cuantitativo y es muy clara dentro del método cualitativo. Nuestra riqueza, la compartimos de inmediato con aquel que es aceptado a convivir entre nosotros y que ha reunido y cumplido nuestros valores. Esa riqueza que es inconmensurable radica básicamente en dos áreas, la intelectual y la espiritual”.

Continuaba hablando el anciano, “Desde el primer momento que vos pisáis nuestra ciudad, cuando vos adquirís nuestra ciudadanía es el único hecho requerido para el acceso a esa riqueza, ya que las virtudes, las buenas obras y el conocimiento no es propiedad de nadie en específico sino solo de quien lo estudia, entiende y ejercita con humildad de corazón y acción. Nadie es mas rico que otro por el solo hecho de saber un poco o un mucho mas que el otro; nosotros no escribimos con plumas de oro y zafiros, preferimos utilizar aquellos instrumentos sencillos y simples, pues el conocimiento no nace de una elegante pluma inerte aunque sea hecha de oro, rubíes y zafiros, sino de la mano vigorosa que la dirige aunque esta esté agrietada, gruesa y callosa como la de un humilde labriego o fina y suave como la de un virtuoso violinista. Nosotros no escribimos en finos libros de dorado borde, preferimos el papel corriente que reciba y guarde amorosamente nuestras letras y palabras. Nosotros no vestimos lujosas y caras vestimentas, preferimos la ropa ligera, sobria y común, ya que nada vale lo que forra el alma y intelecto, pues al final de la existencia personal, nada de esos fatuos artificios nos llevamos a nuestra cama de final reposo, solo nos acompañan nuestras buenas obras y buenos pensamientos” proseguía el anciano.

“Si vos creéis en nuestros valores, esas serán vuestras ganancias, ese es vuestro salario en nuestra ciudad. Aquí nada se compra y nada se intercambia o vende, nuestra moneda corriente son los deseos y hechos de buena voluntad, respeto y caballerosidad, honor y  justicia, aprendizaje y magisterio. Aquí no encontraréis nadie que os señale con el índice flamígero, nunca encontraréis nadie que os hiera con aguzadas y malsanas letras escritas con plumas de oro y fuego, nadie os lastimará con palabras  soeces y llenas de vulgaridad, aquí nadie os tildará de tonto o abyecto, pues al ser admitido entre nosotros, os damos el mismo calificativo que todos llevamos y por el cual definimos nuestra ciudadanía; y que al momento de que alguno de nosotros os calificara de otra manera, el mismo se está autoevaluando. Claro está que siempre y cuando vos cumpláis con todo lo establecido y no os salgáis de ello a menos que existan sumas razones para ello, y que estas razones nunca lastimen la integridad de vuestros conciudadanos” contestaba el anciano.

“Mas ahora decidme cuales serán mis aportaciones a vuestra ciudad” comentaba el forastero

“Estas son las mas sencillas, las mas normales  y las mas difíciles, os explicaré: iniciemos con las tres mas sencillas que son: primera,  vuestro deseo a renacer como hombre nuevo, es decir que deberéis dejar todo aquello de brillo y opulencia en esta entrada;  la segunda vuestro íntegro deseo de crecer y  aprender con calma y paciencia, con entereza y aplicación; y la tercera la madurez de vuestro corazón a todos vuestros conciudadanos.

Las cinco mas normales serán primera vuestra sinceridad de comunicación con vuestros semejantes; segunda vuestro irrestricto respeto con todo aquello que no entendáis, comprendáis o estéis o no de acuerdo inherente a vuestros conciudadanos; tercera la temperancia en vuestras observaciones hechas; cuarta el rendibú a todo lo que alimente a vuestro espíritu; y la quinta el perfecto regocijo con el Creador independientemente de cómo vos le llaméis especialmente cuando vos seáis llamado a rendirle cuentas.

Las siete mas difíciles serán:   Primera la aceptación de vuestro yo interno creado y dado con la firme intención de lograr un mejoramiento continuo.  Segunda la legítima creencia a la inmortalidad del espíritu. Tercera el entendimiento de las diversas creencias religiosas sin los conceptos dogmáticos impuestos.   Cuarta el trabajo fecundo y creador en beneficio de la humanidad sin esperar retribución física alguna.  Quinta será la defensa de los desposeídos y marginados por razones económicas, sociales, políticas, raciales y culturales utilizando todos los recursos a vuestro alcance.   Sexta será el balance del pensamiento, de la obra y de las acciones.   Séptima y última la consolidación para lograr Orden en el Caos sabiendo que El Creador es siempre justo y de esta manera ser los mejores conductores e inspeccionar la obra constructiva de la Ciudad en General.

Caía ya la tarde, el cielo empezaba a sonrojarse en esa trémula acuarela multicolor de rojos, azules y amarillos cuando el astro sol inicia su descanso, y las altas montañas que circundaban y abrazaban a la mítica ciudad de Acacia pintaban también sus relieves con ocre intenso y donde empezaban a asomarse desde oriente esos pequeños destellos de luz argenta que en la bóveda celeste se engalanan, los dos hombres que se hallaban sentados hablando y escuchando habían compartido ya el frugal alimento del anciano, habían bebido el agua cristalina y límpida, fresca y reanimante, ambos exhortos ante tal belleza de un atardecer primaveral escucharon el sonido de voces en un cánticum ensalzado del trabajo al creador y que se iban reuniendo bajo el centro de aquellas cinco columnas.