La leyenda del águila
Por: Juan José Hoyos
El Tiempo - Bogotá (Colombia)
23 de junio de 2002
Me contaron por estos días una historia del águila, esa ave rapaz que adoran
tantos pueblos indígenas de América, que vive en los riscos y en las selvas y
que vuela horas y horas, sin esfuerzo, por el cielo azul, a grandes alturas, sin
necesidad de descansar.
Dicen que es el ave que vive más largo tiempo.
Algunas especies pueden durar hasta 70 años.
Pero al llegar a los 40, su pico se curva, sus alas envejecen y se vuelven
pesadas; sus plumas se tornan gruesas y sus garras se debilitan.
Por esto se le hace difícil volar y cazar las presas de las que se alimenta.
Entonces se enfrenta a la posibilidad de morir.
Pero algunos ejemplares se niegan a aceptar su destino y vuelan hacia lo
alto de la montaña a buscar el nido en algún risco solitario.
Allí destrozan su pico contra las rocas hasta arrancarlo.
Luego esperan el nacimiento de uno nuevo con el que semanas más tarde
desprenden una a una sus garras. Cuando estas vuelven a nacer, el águila se
dedica a arrancar sus plumas viejas. Después de cinco meses, el animal,
completamente renovado, sale a volar de nuevo y puede vivir 30 años más.
Me conmovió la historia del águila y me dije: ya comprendo por qué el ave
fénix de los árabes, aquella que después de arder entre las llamas sale viva
de las cenizas, se parece tanto al águila en los grabados de los libros
antiguos.
Lleno de emoción, me fui a averiguar más cosas sobre la vida de estas aves
misteriosas y busqué a varios biólogos. Las palabras de Tomás Cuadros, de la
Universidad Nacional (Bogotá, Colombia), y Patricia Velásquez, de la
Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia), me dejaron perplejo:
"La
historia es muy bonita, pero las águilas no hacen eso", dijeron. "Su pico no
puede regenerarse ni sus garras tampoco. Si les sucede algo parecido, están
condenadas sin remedio a la muerte, a no ser que el hombre las alimente en
cautiverio".
Un poco decepcionado, fui a una biblioteca y me dediqué a buscar el origen
de la historia del águila.
Mi corazón se negaba a aceptar que fuera un invento de la mente del hombre.
Volví a sonreír cuando descubrí en los libros que en muchísimas culturas
antiguas y modernas el águila es un animal simbólico relacionado con el sol y el
cielo y también con el rayo y el trueno.
Que es considerada la reina de las aves y que en Grecia y Roma era la
compañera y el símbolo de Zeus, la principal divinidad grecorromana.
En la Biblia es símbolo de renovación. Así lo dice Isaías.
Entre los esotéricos es el animal que sabe cuándo una tormenta se acerca,
mucho antes de que empiece: entonces vuela a un sitio alto y espera los
vientos que vienen. Cuando llega la tormenta, eleva sus alas y deja que los
vientos la levanten. Así logra que la tormenta la eleve más alto y vuela por
encima de ella, sobrepasando sus destrozos.
Para los primeros cristianos, era el animal que renovaba su juventud al
lanzarse tres veces a una fuente de agua pura. Por eso simbolizaba el bautismo y
la fe.
Para los indios aztecas era el ave poderosa que representaba lo grande, lo
alto, lo elevado. Era el vehículo que usaban los grandes chamanes para ascender
al cielo.
Era el disfraz del sol.
Al sol de la mañana lo llamaban águila que asciende y al sol de la tarde,
águila que desciende.
Además, era el nombre de uno de los veinte signos del calendario azteca y
era también el ave imperial.
Los egipcios dibujaban con su figura la primera letra de su alfabeto
jeroglífico.
Los chinos representan al águila sentada sobre una peña y con ello
simbolizan al luchador que aguarda un combate decisivo.
En algunos de los más antiguos sepelios reales, mientras el fuego consumía
los restos del soberano, se hacía volar un águila y se consideraba al ave el
vehículo alado del alma del muerto en su viaje hacia los dioses. Se creía
que la fusión del águila y los rayos del sol propiciaba la alquimia del
rejuvenecimiento del rey.
Con todos estos datos apuntados en una libreta visité al biólogo Javier
Muñoz, en la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Él me escuchó muy
atento y con una sonrisa me dijo que todo lo que yo decía
no eran más que leyendas. Pero me consoló contándome que en la naturaleza hay
muchos casos de
renovación vital tan bellos como el de la historia del águila. Me habló de la
lagartija, que puede reproducir su cola a pesar de que alguien se la
corte.
Me habló de los elefantes. Cada 20 años pierden los colmillos y en cuatro
ocasiones a lo largo de su vida vuelven a poseerlos. Me habló de los
delfines: mudan constantemente sus dientes.
También me habló de la planaria, un invertebrado que vive en
los lagos de aguas limpias. Pueden cortarlo hasta en siete pedazos y sobrevive
en cada uno.
Esa misma noche hablé con el biólogo Fernando Navarro y me dejó aún más
asombrado con la historia del pepino de mar Este es un animal parecido a la
estrella de mar y es muy común en el Japón. Cuando se siente perseguido por
otros animales depredadores y sabe que está en peligro de ser
devorado,empieza a vomitar todas sus vísceras hasta quedarse vacío por
dentro.
Los depredadores se entretienen con sus árboles branquiales y sus intestinos
y él escapa. Luego, con el correr del tiempo, vuelve a regenerarse por dentro
hasta llegar a ser el mismo animal de antes.
Al final me dije: leyenda o realidad, la historia del águila se repite
muchas veces en la naturaleza. ¡Benditas las águilas! ¡Y benditos los hombres
que como la planaria o el pepino de mar luchan por sobrevivir a los
embates de la muerte!
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